Nora contra el estado narcoléptico, parte 2.
Antes de comenzar, reacomodó todo su
escritorio, que estaba plagado de alteros de páginas sueltas, libros, notas y artículos de
oficina diversos, apelotonados en un absoluto caos. Una vez que quedó tan
impecable como la buhardilla de madera de la terrible Rebeca Millán, se sentó
frente a la computadora y comenzó a teclear con la soltura de un niño que
escribe sinsentidos jugando al oficinista. Logró hacer dos libretos y medio y
la sinopsis de lo que sería su primera novela: “Constantino el coleccionista”.
El título era una porquería, pero era tentativo. Ya se lo cambiaría más
adelante.
Eso se decía cuando, de pronto, le asaltó
un ataque de sueño que casi le hace estrellarse la frente contra el borde de la
laptop. Apenas eran las nueve de la noche, lo cual le pareció extraño, pero
pensó que sería producto de tanta excitación y se fue a la cama, obedeciendo a
su cuerpo. Sin embargo, durante las siguientes semanas sufrió la peor crisis
creativa de su vida, en la que ya no sabía si lo que estaba escribiendo valía
la pena o no. Lo peor era la lucha para mantenerse despierta, por lo que comenzó
a abusar de las bebidas de taurina y el café cargado. Le faltaban ocho
libretos, que veía como una carretera kilométrica en el sol ardiente que debía
recorrer con el 2% de su energía, con la fecha de entrega acercándose como
bólido.
Siguió adelante, hasta que comenzó a
cabecear y tomar demasiadas siestas a lo largo del día, por lo que pensó que
tal vez sufría de algún problema de narcolepsia. Decidió que iría al médico. Se
levantó del escritorio, tomó su bolso y salió a la calle. Una vez allí, se
encontró en mitad de la urbanización de la familia Millán, donde el hermano de
Rebeca se ligaba a alguna pandillera en una fiesta de barriada poco acorde con
su verdadero nivel económico. En ese momento, se dio cuenta de que estaba
soñando, y volvió a despertarse y repetir las mismas acciones, para encontrarse
ahora con un mar repleto de cáscaras de naranja flotando por todas partes. Se
despertó de nuevo, y le llegó un mail en el que la corrían del trabajo. Esta
vez se alegró de que fuera un sueño, mientras entraba al baño de su casa y
ahogaba al gato de su tía en el excusado, el cual le enterraba las garras con
desesperación. Luego, experimentó aquello que su prima Lore llamaba “que se te
suba el muerto”, al tener los ojos abiertos sin que su cuerpo reaccionara,
mientras que lo que parecía un cuerpo pesado la empujaba con fuerza, como si
quisiera tirarla de la cama. Cuando logró despertar de verdad, la diferencia
fue notable. No entendía como no se dio cuenta de que lo anterior era irreal, y
simplemente guardó la calma hasta que se pasaran las angustiosas escenas y
sensaciones.
Cuando al fin llegó con el doctor, le
explicó la sucesión circular de pesadillas, y éste simplemente la
escuchó con aburrimiento, apretando los labios en una línea exacta.
—Lo que te pasó al final se llama
parálisis del sueño, y no tiene nada que ver con espíritus. Significa que tu
cerebro se despertó antes que tu cuerpo, el cual sigue inmovilizado, lo cual es
natural, y se pueden producir algunas alucinaciones. Es porque estás durmiendo
de más. No me parece que tengas narcolepsia, suena más como una depresión común.
Después de algunos estudios y una breve
terapia, corroboró el diagnóstico. Esto sólo indicaba que, más que tomarse los
muchos antidepresivos que le fueron recetados, Nora debía aprender a aceptar y
amar a su única compañera. Para poder dejar esos horribles medicamentos, y
curarse la gastritis y colitis, desde su corazón se reconcilió para siempre con
ella, la eterna madre, amiga, maestra, diosa y amante de cualquier escritor: LA
SOLEDAD.
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