miércoles, 24 de octubre de 2012

VIDA DE ARTISTA 5: EL PINTOR/DIRECTOR


Foto de TanteTati en Pixabay

Tocando violines con tijeras.

Como pintor y cineasta surrealista, para Cecilio las imágenes tienen una importancia cardinal: son su material de trabajo e influjo de vida. Cuando la llave de imágenes en su cerebro se cierra, se siente físicamente enfermo y más vale alejarse de él, porque se pone tan nervioso e irritable como un chihuahueño en un jardín de niños, un poco por la frustración y otro tanto por el exceso de café y tabaco. Después de su exitosa película “Besando tijeras”, prepara su nueva exposición pictórica, una especie de continuación o engendro (según se vea) de su filme, que se titulará “Tocando violines con tijeras”. Cuando anunció este título, la crítica no fue nada buena onda. Esto, haciendo honor a la verdad, se podía traducir en que escribían las mismas cosas obvias de siempre, como: “…es un nombre demasiado largo…”, “…¿qué clase de obsesión fetiche tiene Cecilio con las tijeras?...”, “…trata de revivir glorias pasadas…”, “..muero por ver con qué mafufadas nos va a salir esta vez...” y el ya clásico: “…como que suena a albur…”, pero a Cecilio esto le causaba una indignación que le corroía las entrañas y lo inducía a lanzar estentóreas imprecaciones desde el excusado mientras golpeaba  con todo su desprecio alguna revista con la punta de los dedos “¡No entienden nada! ¡Nada de nada! ¡Ya los viera preparando un trabajo artístico a estas sabandijas!”. Su hija, entretanto, lo consolaba desde la sala gritando algún mecánico “No les hagas caso, papá” o “Tú la traes, jefe”.

Pero el momento de enfocarse en el trabajo había llegado. Su número cabalístico era el trece, así que siempre hacía trece cuadros para cada colección. Se colocó en flor de loto sobre su cojín relleno de cáscara de espelta ecológica, encendió un incienso de mirra, y se dispuso a efectuar la meditación védica maharishi que tan buenos resultados le daba para crear. Cerró los ojos e inhaló y exhaló como un búfalo durante unos minutos apretando sus labios arrugados, hasta que logró aquietar su mente y llegar a un estado de alerta que le permitiera recibir las señales de sus tan preciados retablos abstrusos. Por un momento todo se arruinó porque se le entumieron los empeines y tuvo que deshacer la flor de loto. Pero regresó pronto, y se le vino a la mente un camino intergaláctico con trece estaciones. A continuación, pudo pintar ininterrumpidamente en el curso de los ocho meses que le quedaban de plazo los siguientes cuadros, que luego se colocaron en la sala simulando aquel camino de su viaje astral:

  1. Primero me encontré con un torrente que fluía en diagonal hacia arriba, y lo escalé para toparme con
  2.   la segunda estación, una asociación de libros lovecraftianos, que me patearon adentro de la estación tres:
  3.   una nave meta-estelar, donde un gnomo de extrema derecha convencía a sus pasajeros de que transitábamos en el paraíso, mientras que afuera llovían fogatas.
  4.  Decidí saltar y me encontré haciendo esquí acuático sobre vasijas, que resultaron ser los ojos de plato de los aeronautas desaparecidos, rompiéndose a mis pies.
  5.  Cuando alcancé la orilla, encontré el punto exacto en que el sol se pone un cinturón de seguridad para evitar el gancho con que Cronos juega a pescar astros.
  6.  Molesto por la interrupción, me lanzó por la orilla de regreso a la tierra, pero por suerte en esta estación del aire recordé que el peine que llevaba en el bolsillo tenía un interruptor para activar un paracaídas de quimeras,
  7. y mejor suerte tuve cuando al descender me recibieron, preciosas, las espectadoras del rayo, y me regalaron la capa de la luna
  8.   pero inmediatamente me vi inmerso en un vulgar estanque donde un abogado y un peluquero discutían comiendo ostras podridas sobre el destino del fertilizante del mundo, que ahora nos llegaba hasta la cintura
  9.   …puntos suspensivos…
  10. Desesperado, tomé el teléfono para llamar al autobús, pero una flecha artera surgió del auricular y me atravesó las entelequias dolorosamente,
  11.  pero repté hasta la camioneta del estilista que trabaja en la ferretería
  12. donde el Santo me prestó su teleférico Guadalupano
  13.  y al fin eché una moneda en el servicio del atardecer, que me escupió una lata de esperanza.
La mayoría había ido por la promesa de canapés y vino blanco gratis que una inauguración significa, pero la gente asintió con la cabeza y se frotó la barbilla lo suficiente para que Cecilio se sintiera satisfecho. No vendió ninguno de aquellos cuadros, pero el artículo en la leída revista Medidor de Arte lo colocó casi en el Olimpo, llamándolo "maestro" y "poeta visual". Su hija, con auténtico orgullo, lo arrancó y lo mandó enmarcar, “¿Ya ves, papi?”.

Todo había valido la pena. Le fascinaban su vida y su persona. Solo sintió pena por sus cuatro esposas, que no habían sabido apreciarlo, mientras su hija parloteaba algo sobre su próxima recepción doctoral.

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