Análisis de "Yerma", de Federico García Lorca
Son extrañas las formas en que obra el universo, ya que me encuentro con que el día en que decido publicar con nostalgia mi primer análisis para la inolvidable clase del profesor Fernando Martínez Monroy, resulta ser su 25 aniversario como Maestro. Que sirva como una especie de felicitación.
Creo que fui un poco dura con la pobre Yerma, y hay cosas que sobran o que faltan, pero no quise cambiar ni corregir nada:
La manera en que Lorca llama a su personaje principal, “Yerma“, traduce mucho más de ella que el simple hecho
de su incapacidad para tener hijos: una esterilidad absoluta del alma -por
decirlo de alguna manera- que no le permite disfrutar su propia vida. Por esto,
busca crear una nueva persona que supla esta pérdida de sentido de su
existencia.
Su afán de tener ese hijo responde a un par de objetivos:
el primero tiene que ver con su propia madre, la cual “no sintió haber dejado”
cuando se casó con Juan, al cual, por cierto, no ama. De esta contundente
sutileza, se infiere que prefería estar con el tipo X que le escogió su padre a
continuar al lado de su madre, por la razón que fuere. Esto le ha generado la
arraigada idea de ser la madre sacrificada y perfecta, quizá por el temor de
repetir un esquema que le pareció inadecuado. Por otro lado, posee una
delirante e imperiosa necesidad de sufrir, porque sólo algo tan fuerte como el
dolor le hace sentir elevada en medio de su frustrante cotidianeidad.
Juan goza enormemente de vivir el día a día y de ser la víctima
de su mujer. Sin embargo, se sabe tan terriblemente débil e inseguro ante ella,
que incluso manda por refuerzos, sus dos hermanas, quienes se comportan como
Juan quisiera que fuera Yerma, lo cual significa que él tampoco la ama. Ellas
permanecen mudas en su presencia, mientras que Yerma habla incluso mucho más
que él. Las cuñadas fungen también como una especie de centinelas que cuidan “la
honra“ de un matrimonio ajeno, quizá porque con sus vidas no tienen gran cosa
que hacer. Juan está obsesionado con esa honra, pero no es capaz de
salvaguardarla él mismo porque sabe que contra Yerma no puede.
Dentro de Yerma hay una progresión de la simple decepción
al desquiciamiento, que anecdóticamente comienza con su insatisfactoria vida
sexual con el marido, y que culmina con el asesinato de éste. En la primera
escena es evidente su actitud maternal hacia Juan, especialmente por el detalle
del chantaje, pero también se hace manifiesto el hecho de que no es conciente
de ello. A continuación, se enfrenta a múltiples estímulos externos: su amiga
María descubre que está embarazada y va a presumírselo. Desde aquí, Yerma
anuncia con bombo y platillo que terminará volviéndose lo que ella considera “mala”,
lo cual es un deseo en el fondo de su corazón que aquí brota empujado por la
envidia. Aún así, conserva algo de esperanza todavía.
La Vieja 1a trata de hacerle ver la verdad: la búsqueda
del placer como medio para la vida plena, que conoce por su experiencia, pero
Yerma escucha sólo lo que se amolda a su concepción, y, por el contrario, su
odio crece y la envidia se fortalece, lo cual se pone a la vista cuando le
advierte a la Muchacha 1a sobre los cerdos antropófagos y el peligro
de dejar a su hijo pequeño a merced de ellos, con el claro deseo de que, en
efecto, una muerte horrible le ocurra a aquel bebé. Y esto es porque su amargo
rencor ha tomado -metafóricamente- la forma de esos cerdos antropófagos, devorándola
por dentro, y ella tiene la extraña idea de verse a sí misma como hija suya. Así
que si su hijo está muerto sin haber sido concebido, ¿Por qué tendría que estar
a salvo el de la otra?
Luego está la presión social, ya que se considera que una
mujer que no tiene hijos no sirve para nada, y sus ganas locas de encajar le
hacen creer aquello. Sin embargo, hay quien opina que no tener hijos es mejor,
empezando por su esposo, pero ella hace caso omiso a estos comentarios, porque
solo escucha lo que satisface su obsesión de penar y de basar su vida en lo que
no tiene.
A pesar de que siente atracción por Víctor, lo rechaza,
porque sigue negándose al placer, (lo cual es una constante) hasta que él se
va, y con él lo poco de alegría o esperanza que quedaba en Yerma.
Cuando recurre al rito pagano de fertilidad con tintes
obviamente manipuladores, ya no cree que ni eso la convierta en madre, y luego
tiene un arranque instintivo de cariño hacia Juan, pero él la rechaza. Estos
dos factores desatan el odio y la ira que tenía guardadas. Ataca a Juan, (a
quien sentía culpable de su incapacidad para embarazarse) y sólo hasta que él
esta muerto y es demasiado tarde, llega su anagnórisis: Juan era la persona en
la que volcaba su maternidad frustrada. Ha matado al único hijo que había
logrado tener en la vida. Por otro lado, Juan ha cumplido su propósito: ser el
esposo mártir.
Al deducir el estilo impreso por Federico García Lorca, hay
pistas que desde una perspectiva superficial indican cierta supeditación al
sino y a la suerte por parte de los personajes, como la creencia de que quien
no ha de ser madre, no lo será porque una fuerza superior así lo dispuso, y se
acabó. Esto implica que si Yerma se resiste a ello, será castigada, como, en
efecto -aparentemente- sucede. Sin embargo, la línea de acción va en la dirección
contraria, porque los sucesos son evidente responsabilidad de los personajes, y
su línea de pensamiento tiene objetivos que se manifiestan de manera muy
precisa. De hecho, tanto Yerma como Juan consiguen lo que inconcientemente
deseaban, lo cual los exenta, en términos subjetivos, de ser víctimas del
cosmos. Por ello se infiere que es un tratamiento realista que no permite
sensación de dulzura, ni de lástima.
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