Julieta.
Hay cosas tan
grandes o tan minúsculas que sólo pueden pertenecer a una sola persona, y terminan
formando parte de ella como en una aleación química indivisible. Julieta
descubrió, cuando era tarde, que Ariel le pedía descomponerse en mil
pedazos y desaparecer en un vacío de artificios.
En un principio, había
asumido una postura de condescendencia hacia él. Estaba dispuesta a
complacer al loco, mientras éste siguiera cumpliendo con su parte. Sin embargo, le
costó dejarse a sí misma de lado y comportarse día y noche como Darina.
Eso no se lo esperaba, porque cuando Ariel le explicó cómo era aquélla, se le figuró tan parecida a sí misma, que supuso que no tendría que hacer mucho esfuerzo para imitarla.
Uno de los problemas principales fue, precisamente, que de un lado estaba la Darina que Ariel se imaginaba, y
del otro la que Julieta había entendido. Una vez se vio obligada a entrar cuarenta veces
en el comedor, hasta que logró hacerlo tal cual como Ariel tenía en mente, y así en otros episodios, hasta que el asunto terminó volviéndose una verdadera monserga.
Desde luego, Julieta
no comprendió bien en ese entonces en lo que se había metido, pero se le manifestó
una honda incomodidad, a pesar de que al exterior demostraba que no tenía
absolutamente ningún otro interés que pasársela bien. Esto, cabe mencionar, era
cierto. Ya estando allí, tenía que aprovechar para darse la gran vida.
Acompañó a Ariel a todas las fiestas, se metió todas las sustancias que pudo,
se involucró con hombres que jamás habría conocido ni en sus más excéntricos
sueños y sobregiró las tarjetas de crédito. Las otras dos fulanas, Carmen y
Emma, se le hacían unas apretadas, por lo que le encantaba escandalizarlas sentándose
en las piernas de Ariel de la forma más vulgar posible, por ejemplo, en especial frente a Carmen, que se ponía celosa con mucho menos que eso. Con todo y tanta
diversión garantizada, dentro de ella continuaba esa zozobra inefable.
Pero esa situación, que era más
o menos llevadera, cambió cuando Ariel dejó de preocuparse por la forma y se enfocó en manipular
los detalles, a veces íntimos y profundos, muchos de los cuales tal vez se había
inventado, o creía recordar de un pasado nebuloso y distorsionado. Lo que era
un juego, se tornó en esclavitud. El día en que Julieta intentó rebelarse, no
pudo soportar la miseria y el síndrome de abstinencia cuando Ariel la dejó en
la calle, y regresó con él.
Llegó a un punto en que a veces ya no sabía quién era
ella, y en las noches dudaba entre pesadillas si alguna vez había sido Julieta
Gómez. Tenía miedo de perderse en el torbellino de su desconcierto, y supo que tendría que cambiar su perspectiva o morir…
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