miércoles, 27 de febrero de 2013

CANCIÓN FÚNEBRE PARA UN MARINERO


En su silla aún parece observar
pues de alguna forma se quedó
el humo de su luna ocular
junto al puro final que fumó

El frío mar hoy cubre su faz
pero sobre el muelle su andar
no se apagó ni se apagará
como un suave reflejo estelar

Su barco zarpó en un día de abril,
y la noche en agua se tornó
como un charco negro estancado
que cobija su cuerpo senil.

Ve, cínico viejo, olvidado:
los peces que querías atrapar
eran los sueños enredados
en tu cabellera de sal,
y tu antiguo ideal marinero
no es más que un perdido velero
sobre la inmensidad sideral.



miércoles, 20 de febrero de 2013

UNA CARTA QUE NO ROZARÁ LAS NARICES DEL DESTINATARIO


 Mi muy querido amigo: 

Como un rumor de pájaros resuena tu presencia por aquí. Aspiro a tener tu capacidad de pasar de una cosa a otra, e ignorar esos ruidos constantes que hace el pasado, como una psicofonía de lo vivido. Pero no puedo, presto oído y entonces te imagino cuando me elegiste aleatoriamente como tu confidente, y depositaste en mis manos aquellos pájaros fantasma, pero cuando todavía estaban vivos, tibios y palpitantes, y luego los liberábamos y los veíamos reflejar sus colores vívidos en el techo de diamante de aquel invierno. Entonces llorabas –tus lágrimas fluían tan fácil - y soltabas alguna reflexión poética. Yo, entretanto, tenía hambre, y te instaba a cortar la charla y salir por comida. Y así íbamos con nuestros cuerpos de fideo, como gemelos unidos por un hilo que nunca nos importó desenmarañar, cual solteronas que se dirigen a misa. Curiosamente, la primera vez que te acompañé a la calle fuimos en pos de un poema, y tus groupies morían de celos. Se retorcían enfurecidas y redoblaban sus esfuerzos por asir un trozo de tu atención. Lo que no sabían es que entre nosotros, por lo menos de mi parte, no existía ninguna aspiración erótica, y según ciertos chismes, tampoco de la tuya, para mí o para ninguna. Alguna de ellas se acercaba, sólo para terminar obliterada por tu indiferencia ácida.

—Yo soy archi-duper-hiper positivo— me informabas —y cuando alguien no me agrada, lo desecho—. Y así te ibas sacudiendo como el polvo, las “malas vibras”, que corrían a lloriquear por los rincones. A mí me tachabas de cruel, pero, lejos de desecharme, esa crueldad te parecía un enigma, una libélula que seguías ávidamente en la oscuridad.

Nos mentimos al creer que éramos una fuerza indivisible, pero la distancia y los años se carcajean de esas suposiciones ingenuas. Cuando volví a verte, el diamante se había desplomado. Los añicos filosos aún brillaban bajo nuestros pies, pero mi último y gran acto de crueldad, que antes tanto gozabas, no lo soportaste. Yo sabía lo que iba pasar a continuación porque aplicaste tu procedimiento clásico de limpieza y levantamiento de muros de acero.

¿Cómo llegué a conocerte tan bien en tan poco tiempo? Por tu culpa. Cometiste el descuido de diseccionarte frente a mis ojos en aquellos días de frenesí casi psicótico, y tras la cascada fría de la vida real ya no te gustó descubrir hasta qué punto yo había hurgado en las entrañas y los nervios de tu carácter. El mismo capricho que te llevó a posarte sobre mi hombro, te instó a esfumarte irreversiblemente, porque lo sabes: la mariposa esquiva siempre fuiste tú.

No veo el caso a intentar comprender el misterio que nos unió y separó. Es inefable. Podría concluir con que nos idealizamos, pero es un veredicto cliché, y, a final de cuentas, una vez que se ha cerrado y endurecido como una esfera flotante, todo amor es ideal

miércoles, 13 de febrero de 2013

HORRORES POSTAPOCALÍPTICOS PRESENTA:


Highway to hell: sobrevivirun camino cotidiano.


Narraré la experiencia de recorrer una avenida transitada en particular, con el sencillo objetivo de comprar fruta, en mi ciudad natal, Morelia. Sospecho que aplica a cualquier avenida comercial urbana y popular en nuestro país, e incluso me aventuraré a decir que algo similar ocurre en otras partes del mundo. La ruta, para que mis conciudadanos se vayan dando una idea, comprendió desde la plaza Carrillo, para tomar Benedicto López (comúnmente conocida como Lázaro Cárdenas, porque en algún punto efectivamente toma ese nombre), hasta el mercado Independencia, en domingo a las dos de la tarde.  

Aunque aún no son sus horas de oficina, lo cual el ardiente sol no me permite olvidar ni un segundo, en Carrillo ya hay un par de damas de la vida galante. Estaban sentadas en una banca de la plaza. Una llevaba un top de piedras de colores que seguramente adquirió en los ochenta, y su rostro curtido me inspiraba una profunda tristeza, y la otra no era una chica, por más que se esforzaba en parecerlo. Me dio coraje que sea tan natural rentar gente como mercancía, pero poco duró mi soliloquio interno de indignación, porque necesitaba concentrarme en cruzar la calle de Abasolo, donde no hay ni un semáforo, y una corre el serio peligro de ser brutalmente arrollada por –al menos- cuatro flancos. Después de sortear cinco camionetas estacionadas en doble fila, mientras una motocicleta se aproxima como bólido, y casi cercenarme la pantorrilla con una defensa, consigo llegar a la acera, sólo para toparme con un cargador que viene a toda velocidad directo a mí con todo y costal a cuestas. A partir de aquí y hasta el final de mi recorrido, me preguntaré a menudo si ya me morí y no me he dado cuenta, como el personaje de Bruce Willis, porque mucha gente sigue su camino directo a mi persona sin percatarse, al parecer, de que existo, y en otros momentos llegué a pensar que, algo así como en El traje del Emperador, yo creía que llevaba unos jeans y una camiseta de Los Simpson, pero en realidad había olvidado vestirme en absoluto, a juzgar por las miradas de varios señores ya entrados en años y de no muy buenos bigotes.

En fin, dejando de lado mis delirios de invisibilidad, ya en la acera de la primera cuadra, junto con los abuelos lascivos, hay un mar de personajes que se dieron cita para comprar chácharas en el tianguis (mercadillo) que se pone todos los domingos en esta zona, entre ellos una señora que va blandiendo un bebé como si fuera su escudo, alguien que abanica un anafre ardiente, para que su humareda se entremezcle con la contaminación del transporte público, un ranchero que decidió quedarse parado en mitad de la calle en jarras, mujeres y hombres con las cejas depiladas, y una parejita que se besa apasionadamente contra la pared, y que ocupan la mitad de la banqueta, por lo cual hay que ladear el hombro para pasar por el tramo de treinta centímetros que dejaron, y esquivar el piecito del novio, que se levanta románticamente por los aires de vez en cuando.  Esos son algunos de los obstáculos humanos que hay que sortear, pero en la siguiente cuadra también hay varios vasos de plástico que solían contener fruta con chile, bolsas de basura y hasta una botella de cerveza, si no es que los propios comensales sentados en el suelo y los quicios, todo lo anterior bonitamente ambientado con un popurrí de Jenni Rivera y otro de Lady Gaga sonando en conjunto a todo volumen una y otra vez, precedidos por algún prólogo parecido a “Producciones Barba-Azul pre-pre-presentaaaa”, los claxon de los automovilistas desesperados porque no avanzan más que dos centímetros por minuto y una voz gutural que promete a gritos que sus productos son muy bara-bara. Me sorprende ver a una pequeña compañera que también se abre paso con mucho trabajo entre los transeúntes. Al menos su angustiosa soledad termina cuando se reúne con más de las suyas en fila india. Porque en nuestro amado barrio hay una que otra cucaracha, hay que mencionarlo. Tuve el impulso de saltar sobre ellas, porque en este punto es imposible no sentirse como Mario Bros., sólo que no obtendría monedas y mejor ahí muere.

En fin, prosigo. En las siguientes calles, la situación empeora gradualmente (es como subir de nivel). Se aproxima un ejército de familias con bultos, que adultos y niños cargan sin distinción. Vinieron al mercado a surtirse para toda la semana, y ahora regresan a sus lejanas rancherías. En Morelos Sur sí hay semáforo para cruzar, y es como un respiro preparatorio, porque a partir de este momento podría decirse que comienza el verdadero combate. La calle se hace muy angosta porque a los dueños de las tiendas de abarrotes y artículos de cocina les pareció una excelente estrategia de marketing exhibir sus existencias sobre la acera, y es necesario bajarse al sangriento ruedo donde se fragua la lucha sin tregua para darse paso entre la multitud. Por fin logré librarme de los empujones, cachetadas y amenazas de robo de cartera, y en mi ingenuidad me dije que ya casi llegaba al mercado, pero no contaba con la base de camiones urbanos y foráneos que allí opera, por lo cual me vi obligada a pararme en seco y esperar hasta que los pasajeros se disiparan. Todos están desesperados por ganarse un buen asiento. Las mujeres balancean precariamente a sus niños llorones y los envoltorios más bromosos y pesados para entrar al vehículo, que se parece más a una lata pisoteada gigante. Entretanto, sus maridos ponen su peor cara, mientras cargan la bolsa más pequeña, porque su vieja ya se tardó en subir. Por fin, se marchó ese camión, con el riesgo de desarmarse al primer enfrenón, y sigo mi camino, hasta que el torso flotante de un maniquí se estampa en mi cara.

Hemos llegado al mercado, donde varios ambulantes se apostaron en toda la acera, con la delicadeza de dejar libre medio metro, por donde tenemos que acceder y salir todos. Adentro, todavía me esperaban un enjambre de abejas peleándose una piña, imposible de esquivar, y varias piñatas colgando de los puestos, con sus afilados picos justo a la altura de los ojos. Al fin obtuve mis plátanos, guayabas y fresas… y ahora debo regresar exactamente por donde mismo, detrás de un vagabundo que huele a pipí y no tiene ninguna prisa.



miércoles, 6 de febrero de 2013

BREVE ANÁLISIS DE ANTÍGONA, DE SÓFOCLES


            Antígona se enfrenta a una terrible encrucijada: enterrar a su hermano, como lo dicta la ley divina, y que la sepulten viva por ello, u obedecer a su tío, el rey Creonte (ley humana) y sobrevivir. Su vida desemboca en semejante dilema, pero desde su origen enfrenta una situación complicada: su madre, Yocasta, es a la vez su abuela, y su padre, Edipo, su hermano. Acompañó a Edipo en el trance final de su vida, después de que se arrancó los ojos ante la vergüenza de su incesto imprudencial, por lo que a raíz de esta fuerte experiencia, podemos juzgar como antecedente su determinación para sacrificarse por un miembro de la familia, que por lo menos es más grande que la de su hermana Ismene.
           
            Los patrones de sus padres son repetidos por ella: al igual que Edipo, aunque con considerables atenuantes al comparar ambas historias, transgrede una ley fundamental; en su caso una social, ya que el deber del ciudadano es obedecer los mandatos de su gobernante. Antígona entierra a quien Creonte ha decretado que se trata de un traidor, por lo cual ella se convierte automáticamente en lo mismo. Edipo también fue un traidor, aunque inconciente, al matar a su padre y desposar a su madre. Y tras cometer un error nacido de la soberbia, intenta imponer ciegamente que tiene la razón, lo mismo que Antígona, la cual ante la anagnórisis (conciencia) reacciona del mismo modo que su madre: se ahorca. En cuanto a sus hermanos Etíocles y Polinices, repiten también el patrón de la sed loca de poder, hasta que se matan entre sí. Por su parte, Ismene decide deslindarse de todo.

           Creonte también se halla ante la paradoja de enterrar a su sobrino y cumplir el deber de gobernante. Opta por lo segundo, puesto que cree fervientemente que lo que Polínices ha hecho al atacar Tebas es una alta afrenta, pero sobretodo porque quiere mantener impoluta su autoridad . De repente, Antígona lo contradice, aún sabiendo lo que le sucederá si lo hace, y él, aunque con un profundo dolor, decide castigarla porque ve amenazado su poder, lo cual deja muy claro todo el tiempo que esa es su absoluta prioridad. Ambos defienden sus posturas, a pesar de los horrores que saben que sobrevendrán, porque así como Antígona conoce lo que ocurrirá en cuanto sepulte a su hermano, el momento en que Tiresias vaticina la muerte de Hemón (hijo de Creonte y prometido de Antígona), es sólo la confirmación de lo que Creonte SABE que será una consecuencia lógica de la muerte de Antígona. Por cierto, es curioso que el vaticinio de muerte lo haga un ciego, como Edipo… aunque tampoco estoy muy segura de que eso venga al caso.

En conclusión, por obstinarse en sus inamovibles puntos de vista, la una pierde la vida, y el otro a su familia, lo cual es algo común en este linaje marcado por una avalancha de decisiones trágicas, que van desde Layo hasta Antígona.