miércoles, 3 de abril de 2013

LOS VISITANTES


El Caballero Koi

Los peces se arremolinaron en el fondo del acuario, justo al frente de su nueva torre de plástico estilo Mordor, después de que Pacino, la carpa koi, falleció. Viviana pensó por un momento que se lo comerían, del mismo modo en que se habían dado un festín caníbal con DeNiro, pero lo que hicieron fue recostarse alrededor de él en un círculo perfecto durante unos cuantos minutos, que a Viviana le parecieron muy largos. Pensó que no sería mala idea preguntarle al de la tienda de mascotas si no habría tirado algo de su hierba por accidente en la comida para peces, en vista de que últimamente hacían cosas así de raras.

Dos semanas más tarde, tocó a la puerta de Viviana un caballero japonés de avanzada edad, pero indiscutible belleza. Su larga cabellera blanca y sedosa enmarcaba un rostro moreno claro de facciones delicadas, lo cual, a pesar de su delgadez y tamaño regular, le proporcionaba una fuerza enigmática a su amable presencia. Vestía un traje de seda blanco, que despedía algunos destellos plateados, y sobre la cabeza llevaba una estrafalaria boina roja que le daba un toque contradictoriamente cómico. Hizo una reverencia y, sin que Viviana tuviera tiempo de preguntar nada, él ya estaba en la sala. En la espalda, su casaca tenía bordados rojos, siguiendo un patrón que ella había visto antes en algún lado. El señor abrió un pequeño cajón con sus diminutas manos repletas de anillos y extrajo un círculo plateado. Viviana no supo cómo reaccionar, aunque después pensaría en muchas posibilidades obvias, pero el caso es que se quedó pasmada y sólo lo observó. El individuo se acercó a ella y puso el círculo en sus manos, estrechándoselas después. Los ojos del sujeto relumbraban como un diamante negro junto al fuego, y su sonrisa era tan franca, a pesar de que apenas se dibujaba con sutileza, que era imposible no sonreírle de vuelta. Sus manos, gráciles y pequeñas, también eran duras, rasposas y cuajadas de cicatrices. El caballero Koi se acercó a Viviana y le dio un beso en la mejilla. Ella lo recibió con un inesperado gozo que le hizo cerrar los ojos, y se quedó tanto tiempo así, que sólo escuchó la puerta cerrarse detrás del desconocido, cuya compañía, sin embargo, hubiese deseado que se prolongara más.

Cuando Viviana por fin vio el círculo que tenía entre las manos, reconoció una de las arracadas de Perla, su gran amiga desde la infancia. Le había prestado esos pendientes en una fiesta de hacía unos años, justo en la cual se pelearon. El problema, que era muy estúpido, nunca se solucionó, y Viviana pensó de repente, por primera vez en todo ese tiempo, que no era tan difícil volver a hablarle a quien consideraba como su hermana. Bastó una llamada por teléfono para que Perla accediera a ir a su casa ese mismo viernes. Mientras tanto, Beaty, el pez guppy, tenía un comportamiento anómalo…  

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