miércoles, 19 de junio de 2013

MELODRAMA EN EDRÓPOLI, parte 3


DAÑO ESTRUCTURAL

Image courtesy of Victor Habbick at FreeDigitalPhotos.net
Nada. Sólo la base: un lote baldío, yermo y opaco, y arriba las nubes negras, que combinaban con su ánimo…

Años atrás, más o menos en la misma fecha, Clarisa decidía estudiar Música de los Astros en la Universidad. Mientras Pedro lloraba en soledad por las decisiones de su hija, ella presentaba su primera ponencia: Acústica Interna Del Cuboctaedro Común, durante un encuentro académico. Allí conoció a Enri, que estudiaba la maestría de Anatomía de las Almas. A él le llamó la atención que existiera una mujer que no accediera a pasar la noche con él a la segunda copa, y a ella que existiera un tipo tan ridículo. Al profundizar, descubrieron que con nadie podrían tener conversaciones tan extraordinarias.

Se hicieron los mejores amigos, y, pasado un tiempo, Clarisa lo invitó al cumpleaños de Luis, que se llevó a cabo en un club del dodecaedro tres. Asistió también la joven Afrah, una guapa morena, hija de los dueños de dos de los cuatro asentamientos de agua potable de Edrópoli, que recibió la invitación de parte de la familia Arista porque estaba en los planes de Lorena que Luis se casara con ella. A este respecto, Pedro, Jesús y Luis ya habían diseñado el futuro: Distribuidora de alimentos Y agua potable “Arista y Asociados, S.A.”… sonaba tan idílico. No obstante, todos esos maravillosos sueños se derrumbaron cuando Afrah posó sus brillantes ojos almendrados en Enri desde que apareció, seguramente por lo mismo que Clarisa disfrutaba su compañía: porque en sus círculos era difícil toparse con un personaje como ese. Enri y Afrah entablaron una intensa relación visual y verbal, que aunque nunca involucró los demás sentidos porque se perdieron el rastro, a Enri le generó el odio eterno de los Arista. 

Días más tarde, y sin enterarse de aquel drama, Clarisa fue a conocer el bar bohemio del hermano mayor de su mejor amigo. David estaba cansado de ese negocio, pero tenía que mantener a sus dos hijos y a Enri, que por aquel entonces aún no conseguía los patrocinadores y adeptos de su cofradía mística, aparte de que Rodrigo cantaba allí cada noche y cerrar el establecimiento era cerrar su corazón.

Lo de David y Clarisa no fue instantáneo. Ella era mucho más joven que él, y no hubo una atracción irremediable, como lo de Enri y Afrah, sino un acercamiento apenas cordial. Sin embargo, el fuego lento cocinó un delicioso romance hasta que decidieron anunciar que eran una pareja oficial. Cuando Lorena y Pedro recibieron la sorpresa de que el novio de su hija era un viejo con dos hijos adolescentes, hermano del impresentable de Enrique, la tensión se irguió como una columna de humo denso que no se disiparía nunca, pero Clarisa y David decidieron pasarlo por alto. 

Mucho tiempo después, durante el día dieciocho del maratón nupcial, después de que Sandra le confiara su dura vida como vedette y madre soltera, Enri decidió consolarla con sus infalibles artes amatorias rituales. Para ello, entraron a un armario, donde sorprendieron a Jesús con su hijastra Hilda, en una situación igualmente comprometedora. 

Enri confirmó su sospecha de que la clase de situaciones que se estaban gestando adentro podían causar un daño estructural a la casa, debido a la exhorbitante concentración de energía. Lo exteriorizó, cuidándose de no delatar a Jesús y a sí mismo. Clarisa y David, que conocían su preparación, supieron que era posible que estuviera en lo cierto, pero para los demás Enri no tenía ninguna credibilidad, e ignoraron el consejo de guardarse sus problemas para un momento más oportuno. Tal vez un poco ofendido, Enri decidió marcharse, y se quedó en el bosque del dodecaedro dieciocho, lugar consentido de los artistas e intelectuales, cuyas guaridas vistosas de madera apolillada cuajan los árboles. 

Beatriz también intentó quedarse allí, pero Thelma y Sandra se lo impidieron. Lo que ella intentaba en realidad era evitar el dodecaedro diecisiete, porque en esa selva repleta de  malvivientes estaba Miriam, su antigua jefa, a quien le debía mucho dinero, y que tenía su olor registrado en una máquina localizadora, que le anunciaría su presencia. Además, no quería nada que le recordara su antigua vida como traficante de cerebros artificiales. 

Pero lo que más temía la alcanzó, y Miriam irrumpió en su motoneta aérea esa noche por la ventana de su recámara para cobrarle. Como amenazó en presencia de Sandra con llevarse en prenda a su sobrina Kiki, Beatriz tuvo que jurarle que si se reunían en unos días en el dodecaedro treintaiséis le pagaría hasta el último diamante, aunque no tenía ni la mitad de uno. 

En cuanto Miriam salió, un crujido atronador surgió del techo de la recámara. Sandra y Beatriz intentaron subir al ático, donde estaba durmiendo Luis, que a su vez bajaba en una carrera de pánico y chocó con ellas. El ático se había desmoronado, desapareció en un estallido de luz, y el polvo que quedó se elevó en espiral hasta perderse en el cielo. 




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