miércoles, 31 de julio de 2013

MIS ANCESTRAS 2

Cata Marín

Decir que aquella mujer era imponente, es hacerle poca justicia a su carácter. Además de su personalidad avasalladora, poseía un liderazgo natural y una inteligencia estratégica que, de haber vivido en estos tiempos, la hubieran llevado a ser una presidenta, ejecutiva, catedrática, o alguna cosa así. Seguramente recuerdan que su madre era empresaria a pesar de lo poco común, pero entre ellas había diferencias de perspectiva importantes.

Mi abuela, a quien llamábamos Mamá Cata, era de una religiosidad recalcitrante, imposible de convencer, ni por su propia madre, de nada que se saliera de su ideología, lo que a mi me costó que el proceso de nuestra relación resultara escarpado. No nos llevábamos mal, nunca tuve un problema real con ella, pero me tocó en suerte ser la única de sus nietas que no era fruto del Santísimo Matrimonio. Ella creía obligatorio marcar la distinción con mucha claridad. Mis recuerdos de la infancia son de una señora fría y distante, con la que rara vez tenía algo de que hablar, y si escribiera lo contrario, esta sería una entrada de ficción. Por decir un ejemplo simple, a mis primos les transformaba el nombre en algún apelativo acaramelado para mimarlos, mientras que a mí me comunicó sin ningún tacto que mi nombre le parecía el más horrible que había escuchado, entre otras anécdotas parecidas o peores.

Pero, como una especie de contradicción o ironía, entre las muchas cualidades por las que creo y sostengo que era una persona ejemplar, está su congruencia. Ni volviendo a nacer comulgaré con sus ideas, pero acepto que vivió de acuerdo a ellas, y esa es una rara y gran virtud

Nunca aprobó que su madre se separara de su padre, y en su infancia durante la Revolución Cristera, la educación de su madrina, que era la de la religiosidad exacerbada, fue determinante. Con esos antecedentes, mi abuela proyectó que su vida tendría una estructura tradicional, dentro de los parámetros católicos, y los que ella misma se impuso, a los cuales se apegó de forma estricta.

Se casó muy enamorada del abuelo, y ese amor fue tal, que produjo trece nuevas personitas. Con esa cantidad de hijos, muchos reaccionaríamos así: 

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Pero ella, aunque sí tuvo sus lapsos de histeria en los que repartía palazos con singular violencia, se dedicó a administrar su casa sin victimizarse jamás, estoica como era, incluso en las mayores carencias económicas y las más tremebundas crisis matrimoniales, con una eficacia extraordinaria. Todos sus hijos fueron a los colegios que ella consideraba mejores, y la comida estaba milagrosamente equilibrada aún cuando las viandas andaban escasas. 

Aunque mi abuelo es digno de su propio texto, resumiré diciendo que era como un personaje de Pedro Armendáriz Sr.: el clásico galán mexicano pendenciero, macho, mujeriego y bebedor, que llevaba su pistola a cuestas porque sí (aunque nunca la usó... creo). Huelga especificar la clase de decepciones y dramas que generó. Mamá Cata reaccionó reforzando su papel de jefa de familia, coordinando a su gente, en la dirección de una orquesta caótica. Consiguió cierta armonía, contra todo pronóstico, y hasta recibió a otros sobrinos suyos en una casa ya de por sí repleta. 

En su vejez, se fue ablandando, no en sus ideas, que seguían siendo obsesivas, pero sí en su carácter. Desarrolló un sentido del humor muy particular, plagado de frases memorables, y se aficionó a relatar historias del pasado con detalle y gracia. Poco a poco, aunque tarde en algunos casos, supo vernos a cada uno como éramos, y para muchos de nosotros eso significó que su sequedad se transformara en dulzura. En su tortuoso lecho de muerte, que resistió con la misma sabiduría, valentía y aplomo con la que afrontaba alegrías y desgracias desde joven, siguió sabiéndose de memoria los números de teléfono y asuntos de cada uno de sus más de cien descendientes, y dirigiendo cada movimiento de quien se ponía en su campo visual o auditivo. La última vez que la vi, fue en el año nuevo 2008, y aún recuerdo su rostro relajado, sin deberle nada a la vida, mientras agradecía a su adorado Dios por estar en los umbrales de un año más. Veinte días despues, en el cumpleaños de mi madre, partió físicamente. Sin embargo, su espíritu es demasiado fuerte para morir.


miércoles, 24 de julio de 2013

Mis Ancestras, parte 1

Cada uno tiene su historia, toma determinadas decisiones, y fácil no es ninguna, pero hay cosas que ponen un poco de luz en el camino escabroso de la vida. Para mí, ha sido el ejemplo y la perenne esencia de las tres mujeres de las que provengo. 

A veces, basta un instante para que todo lo construído con arduo trabajo se derrumbe de pronto, como una casita hecha de papel a la que de repente le cayó un balde de agua, mientras la mayoría de los que amabas y decían amarte desaparecen como espejismos. Una se queda tirada en el piso viendo como los sueños y logros se van por la coladera hechos girones, y es necesario encontrar un botón adentro que nos impulse a levantarnos, aún sobre piernas de goma. Para mí, cuando me asalta la cobardía me basta emular la imagen de cualquiera de esas tres valerosas amazonas con la apariencia frágil de una musa del Renacimiento. Hoy les quiero compartir con orgullo un poco de la primera, en espera de que también les inspire algo: 

Mamá Lupita

Mi bisabuela, Guadalupe Orozco, o Mamá Lupita, nació a finales del siglo XIX, y vivió todo el proceso de cambio de siglo. Eso lo sufrieron todos nuestros antepasados de aquella época y lo superaron, pero lo que hacía especial a esta mujer era la forma en que enfrentaba las cosas. En medio de  la Revolución Mexicana y la Cristera se casó y tuvo a sus dos hijas. Durante estas guerras, cuando veía algún colgado en los caminos, se acercaba sin gota de asco o miedo y cortaba un trozo de su ropa, porque quería conservar una reliquia de los mártires. Puso a salvo a sus hijas con su madrina y se fue a buscar un lugar seguro, tras rescatar algunas pertenencias, mientras convertían su casa en un cuartel.

El nuestro es un país particularmente machista, y viendo lo que una tiene que sobrellevar hoy en día, no quiero ni pensar los niveles que este problema alcanzaba entonces. También es uno de los pueblos más católicos del mundo, así que la educación de una señorita bien debe haber consistido en quedarse en casa a rezar y atender como esclava al marido, a menudo algún borracho impresentable. Pero ella se equivocó de época, y no pudo evitar ser independiente y manejar su propio negocio, con un grado de eficacia y arrojo que incluso ahora me asombra. Viajaba a caballo de Michoacán hasta la Ciudad de México, arriando a los cerdos que iba a vender, junto con algunos trabajadores, que deben haber sido unos señores muy decentes, hacía los tratos con los clientes directamente. y luego regresaba en tren o avioneta. Su colaboradora era su hermana, una genio de las matemáticas (esto sí que no lo heredé) que hacía todas las cuentas mentalmente y sabía con exactitud cuánto peso iban a perder los animales al trasladarlos de un lado al otro. 

En cuanto a su vida sentimental, se casó "grande" con un hombre que, según ella, estaba de muy buenos bigotes. Sólo tuvieron dos hijas, y no todos los que les mandó Dios, como se usaba, y cuando, en vista de su éxito, el esposo se convirtió un zángano, no lo soportó en silencio y resignación, sino que lo cacheteó y lo corrió de la casa. Me imagino que Lupe no era popular socialmente, pero tampoco creo que le haya importado. Y de verdad es irrelevante, porque la gente que la amó, lo hizo de manera auténtica.

En un velorio, una señora desconocida se acercó a mi madre y le besó las manos, sin ningún motivo aparente. Después de dejarla más que desconcertada, la dama explicó que le prodigaba esta distinción por el simple hecho de ser la nieta de Guadalupe Orozco, la persona que los había salvado a ella y sus hermanos de la miseria y les consiguió alimento y escuela, como lo hizo con muchos niños. 

Mamá Lupita siempre estaba de buen humor y ayudaba a los demás. De hecho, a su exesposo lo cuidó en su enfermedad y muerte. Cuando ya era anciana, y la economía boyante que logró en sus tiempos de mujer de negocios se había esfumado, llegaba a visitar a sus nietos con telas que traía de su tienda en el pueblo de Aguililla, y les hacía batas, camisas y vestidos. Para ellos era como la llegada del hada madrina. Todavía hay en la casa de los abuelos una sábana de manta que hizo con costales de harina, con una calidad que me hace pensar dos cosas: que era la diosa de la costura y el reciclaje, y que hacían unos costales muy elegantes en los sesentas. Por supuesto, tenía algunas ideas arcaicas, el racismo era la peor de ellas, y una religiosidad marcada. Por ejemplo, cuando mi madre y mis tías se ponían sus minifaldas de quince centímetros les decía: "hasta donde traes la falda te vas a quemar en el infierno", pero se alcanzaba a distinguir un cierto tono de broma. Sospecho que en secreto no le causaba mayor problema.

Casi al final de sus días, de ida a misa, se encontraba con un caballero venerable que le regalaba una rosa. Se sentaban en el alféizar de una ventana en la calle donde la multitudinaria descendencia de Lupe hemos crecido, y disfrutaban de su romance inocente. Todavía paso por allí, y me la imagino como si la conociera íntimamente, a pesar de que murió diecisiete años antes de que yo naciera. A través de los relatos de quienes tuvieron el gusto de convivir con ella, en especial de mi señora madre, he llegado al punto de quererla como si fuera una amiga entrañable, cuya figura alegre, trabajadora, talentosa e intrépida quisiera emular en un mínimo porcentaje.




miércoles, 17 de julio de 2013

BREVE ANÁLISIS DE MACBETH


Al comenzar la obra, lo primero que aparece son los personajes fantásticos: las brujas, que tienen la clara función dramática de anunciar la fatalidad. Éstas conciertan en la llanura el momento en que se encontrarán con Macbeth, y manifiestan cierto conocimiento de lo universal, su condición de irrealidad. o, más bien, de demencia. Así, el espectador/lector se adentra en el ambiente de la obra: espinoso, lóbrego y violento, y hasta puede imaginar el clima, que seguramente es nublado y brumoso.

Funcionan, reitero, como anunciantes de la fatalidad, recurso necesario en una tragedia. De inicio, a pesar de que son en apariencia festivas, su sola presencia no augura nada bueno. Conocen bien la condición humana y las historias de cada persona, y por eso saben qué decirle a cada quien. En cuanto a sus presagios, Banquo hace ver lo desproporcionado de la repercusión de ellos en Macbeth, ya que él reacciona tranquilamente con lo que éstas le dicen, y tiene reflexiones mucho más cuerdas sobre el asunto.
  
Creí que se trataba de una tragedia de error porque parece estar resaltado el asesinato de Duncan, pero Macbeth sigue derramando sangre como un vicio irremediable, por lo cual llego a la conclusión de que es de carácter.

Cuando lo nombran thane de Cawdor, Macbeth vive en contradicción al no aprobar sus propias elucubraciones de eliminar al rey para tomar su lugar, y aun así reconoce indispensable llevarlo a cabo. Parece que no acaba de convencerse aún después de que ya ha cometido el crimen, pero esto obedece a un síntoma de inmadurez que es obtener un beneficio sin ser responsable de los daños. Es por eso que encaja perfectamente con Lady Macbeth, porque dentro de su percepción distorsionada de la realidad, a ella la parte desagradable le parece placentera. Le gusta la idea de manipular al marido, para lo cual se engaña con la idea de que él es un inocentón que no se atreve a actuar para conseguir sus propósitos, y que ella es quien tiene que planear las cosas y hacerlas en nombre de él, como si fuera su madre. Quiere ser igual de sanguinaria que su esposo, pero no per se, como él, sino con un objetivo: obtener un bien que  recaerá en ella, pero que será principalmente para su marido, al cual profesa un supuesto gran amor, insano, que demuestra al pretender engrandecerlo a costa de cometer cualquier crimen, basándose en la idea de que él no es capaz de nada. Lo que lady Macbeth desea a nivel personal es ser ella la del poder, o al menos ostentar algo, ya que no puede poseer los títulos absolutos de thane o rey. Con estas maquinaciones se siente influyente, al menos sobre la voluntad de Macbeth, y él desde luego que desea ser rey, pero no se dan cuenta de que se están autodestruyendo porque a final de cuentas al Rey Duncan que lo maten o no le da igual, pues todo indica que él de cualquier forma no pensaba hacer nada en absoluto, excepto delegar sus deberes a todo mundo. Los que se quedan con un fétido olor a muerte y deben soportar lo ocurrido son los que aún viven, es decir, quien comete un homicidio es quien carga con él. Al muerto, aunque sea el agraviado evidente, qué más le da. 

Cuando Macbeth llega de la guerra, lady Macbeth arremete a aconsejarle cómo debe comportarse frente a Duncan, gesto por gesto, justo como lo haría cualquier madre, aunque una muy enfermiza y siniestra. Macbeth parece mostrarse renuente a entablar una conversación en ese momento o inclusive a hacerle caso a su mujer, posponiendo el momento de hablar, pero en secreto debe estar regocijándose, ya que dos mentes torcidas son mejores que una. Lo que pospone es tan solo el momento en que fingirá que a su esposa se le ha ocurrido todo, y así fraguar el regicidio de manera eficaz. Macbeth y lady Macbeth tienen una distinta postura hacia sus fechorías: ella es racional y fría, mientras que él es visceral y aprensivo, lo cual se complementa de una forma maravillosamente despreciable.

El asesinato de lady Macduff y sus hijos es el colmo en la desenfrenada carrera abominable de Macbeth, que se escabecha hasta a su mejor amigo, pero creo que no hubiera sido posible si ella no fuera demasiado idealista y plana. Esto se ve cuando conversa con el niño y le dice que los hombres de bien siempre cuelgan a los juradores, como si se pudiera distinguir tan fácil unos de otros, y el niño muestra un mejor juicio que ella al decir que hay más juradores para colgar a los hombres de bien. Posteriormente, cree ingenuamente que por su condición de mujer y que sólo con decirle al asesino que no hizo nada malo le perdonarán la vida a ella y sus niños, en vez de irse de allí corriendo en lugar de gastar el valioso tiempo despotricando contra su esposo.

Al final, Macbeth y lady Macbeth no ganaron nada, fue como conseguir un gran festín y que al probarlo supiera a estiércol. Solo la muerte los lavará de espectros, sangre y culpa. Lady Macbeth, como siempre más lúcida que él, tiene la decencia de autosuprimirse al no soportar la alucinación de tener las manos siempre ensangrentadas, pero Macbeth seguirá instalado en la necedad, aunque no por mucho tiempo, porque ya ha ido demasiado lejos como para que le sigan perdonando la vida. 

En cuanto a los presagios de las brujas sobre su muerte, lo que le trataron de decir es que lo matarán más temprano que tarde, por su temperamento, aún en las circunstancias más imprevistas, pero su soberbia lo hace creer que nadie es capaz de vencerlo, como si fuera indestructible u omnipotente. Cuando Macbeth muere, se cierra el círculo completo que empezó con el asesinato del rey, y culmina con el asesinato del rey, pero se abre uno nuevo, como en un ciclo interminable: el del siguiente rey que se elevó entre la sangre… 
      
Lo cual me recuerda el acertado título de la versión fílmica de Kurosawa, "Trono de Sangre", personalmente una de mis películas favoritas:


 (Una vez más no pude encontrar un clip con subtítulos en español)

miércoles, 10 de julio de 2013

HORRORES POSTAPOCALÍPTICOS PRESENTA:

LA EXHIBICIÓN DE LAS MOMIAS BELLAS 

 Bienvenidos damas y caballeros al museo de la belleza. Nuestros antropólogos han estudiado el misterio de la belleza concienzudamente durante siglos, y en esta ocasión presentaremos para todos ustedes la colección de especímenes que data del convulso periodo de principios del siglo XXI, pasen por aquí. Les advertimos que, debido a la locura colectiva de aquellos días, algunas secciones de esta muestra pueden resultar perturbadoras para los corazones sensibles, y al menos un poco desconcertantes para cualquiera. Por ello, les proporcionaremos una bolsa de papel de estraza, que les ayudará recuperar el aliento o volver el estómago, en caso de ser necesario. 

Para empezar, aquí tenemos una mujer apenas un poco arriba del peso recomendado para su complexión, junto con un hombre con una cintura tan ancha que tuvimos que ampliar la vitrina. Lo curioso de esto es que en aquella civilización se tenía la idea firme de que la gorda era ella. ¿No me creen? Lo comprendo, pero a continuación lo verán demostrado. 

Esta es la sala de las Mantecosas y las Morticias. El título se debe a que en una investigación de campo se descubrió que, debido a que el sobrepeso de moderado a grave era causa de escarnio social- el feo apelativo mantecosa era de los más comunes-, las personas, en especial del género femenino, recurrían a métodos abyectos que iban desde medicamentos poco ortodoxos que causaban defecaciones involuntarias, hasta la inanición y el vómito provocados por el propio individuo, como fue el caso de la hilera de mujeres macilentas de esta sala. Una de las conclusiones principales a este respecto es que el modelo de belleza de aquel entonces era la reina Tiye, abuela de Tutankamón: 

http://www.elespectador.com/imagen-reina-tiye-abuela-de-tutankamon
Por otro lado, contrastante con la sempiterna autovictimización de las llenitas en páginas web, videos y otros documentos arcaicos por el estilo, nos llegan también numerosos testimonios de que las delgadas naturales y saludables sufrían la misma cantidad de burlas y afrentas, como acusaciones infundadas de anorexia, y sobrenombres tan poco halagüeños –Morticia, huesos, calaca, palo- como cualquiera de los que recibía la más gorda de la clase. En cuanto a este fenómeno, los análisis exhaustivos de historiadores, psiquiatras y estadísticos arrojan pruebas concluyentes de que los idiotas siguen siendo idiotas, independientemente de la forma del cuerpo de sus interlocutores. 

El tema, o más bien distorsión patológica, de la siguiente sala, es una fijación obsesiva con la piel. La epidermis tenía que lucir como un lienzo inmutable, producto de un desprecio por la existencia inexorable de poros, grasa, estrías, vellosidad y deterioro natural a causa de la edad. Las fotografías se retocaban hasta llegar al punto de diluir las facciones humanas. El objetivo era lograr un aspecto de muñecos de látex con ojos de cristal, y brazos, piernas y nalgas de mármol engrasado. 

Noto que algunos están mareados. Es recomendable que tengan a la mano su bolsa de papel de estraza para lo que sigue. La moda momia llegó al grado en que, además de ungüentos, maquillaje y afeites químicos excesivos, la gente se sometía a múltiples intervenciones quirúrgicas radicales, como introducirse pelotas de plástico en el cuerpo, hasta completar un proceso de embalsamamiento en vida, y aunque aún hay mucho que investigar al respecto, todo parece indicar que terminaban más o menos así: 


Los señores en la edad madura entraban en una neurosis que también los orillaba a someterse a diversos procedimientos de momificación. Se tienen importantes y numerosos vestigios de que pretendían perpetuar su juventud por medio de la búsqueda de parejas muchos años menores, como las brujas medievales, y para ello, entre otras, una de las tácticas más recurridas era teñirse el cabello del negro más profundo y con un producto similar a lo que hoy conocemos como grasa de zapatos. Sin embargo, como cabría esperar, muchas veces el esfuerzo resultaba infructuoso y desmoralizante: 


Por último, estaba la importancia desmedida del número de años vividos. Para nosotros, eso no es más que un dato duro, sin relevancia. A final de cuentas, es inevitable que el tiempo pase. Sin embargo, para la sociedad de transición de milenio, era un pecado no tener veinte o treinta años por siempre, o no haber logrado un ideal de éxito imposible antes de los cuarenta, por lo que se extendió la práctica de mentir con respecto a la edad. En este punto ya nos dimos cuenta de que ellos pretendían luchar contra principios como la gravedad, la entropía y las matemáticas, lo cual sólo les generaba patetismo, desengaños y daños graves a la salud. 

Gracias por acudir a nuestra exhibición. Les deseamos que les ayude a disfrutar y amar sus cuerpos, espigados o redondos, musculosos o fláccidos, grandes o pequeños, a alimentarlos, ejercitarlos y asearlos con el debido respeto por uno mismo y los demás, y a portar con más orgullo las historias fascinantes detrás de cada arruga, aspereza, mancha, lonja y cicatriz.

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