miércoles, 4 de diciembre de 2013

SPIRIA 2


Edo, la gran mula.

 

Para Valiant, ese día fue demasiado. Como coronel de la cuarta división del ejército del rey, y en medio de una contingencia como la que vivía Spiria en aquel momento, sus obligaciones se multiplicaban. Además, aquella bruja tuvo el tino de enviarle otra de sus cartas…


“Perdóname por la terrible afrenta de haberte dicho que te amo. Te ofendí en lo más profundo, al hacerte saber que tu felicidad es prioritaria para mí, y el remordimiento me perseguirá durante algunos años (no creo que muchos). Pero, olvídalo, ahora debes poner atención a lo…”

En fin, no tenía caso seguir leyendo. Si Armanda no entendió que sólo se estaban divirtiendo, era problema de ella. Lo realmente importante era que en el castillo de Thesia continuaba el ambiente agitado, por la disyuntiva de si liberar al dragón del ejército, Edo, para que luchara contra el temible dragón Napay, o abstenerse de intentarlo. Esa noche quedó prácticamente decidido, pues las masas ya habían puesto clara su posición al manifestarse al frente del palacio exigiendo la muerte de Napay, que acechaba sin piedad en los bosques a las honradas familias de Spiria. Pero lo que se tenía que resolver al interior del castillo ya no era precisamente eso.

Edo, el dragón de escarcha, era muy poderoso. Si le hubiera dado la gana, podría haber arrasado el mundo entero en cinco horas con su aliento congelante de largo alcance, y no haber dejado ni un bicho con vida. Pero el problema con él era que rara vez le daba la gana de nada. Era tan perezoso y necio, que le apodaban “La Gran Mula”. Solía estar acostado en la torre norte del palacio de Thesia, donde vivía. Tomaba siestas que duraban días, que sólo interrumpía para comerse las veinte cabezas de ganado que engordaban cada semana sólo para él, y para mover de posición su cuerpo colosal, que ya no era el de la grácil lagartija de cristal que debería, sino que se asemejaba más al de una ballena mutante. Una división entera tenía la tarea de rascarlo de pies a cabeza, hasta que se quedara dormido de nuevo. En su (no tan) tierna juventud, Edo luchaba al lado de las huestes del reino con diligencia, camuflando su color azul translúcido con el cielo o los ríos, pero poco a poco les fue tomando la medida a sus amos, ya que ni siquiera el rey lo podía obligar a nada sin arriesgarse a quedar convertido en un cubo de hielo. Si no se sentía de humor para acabar con Napay, tanto debatir y tanta exigencia del pueblo serían superfluos.

Pero aún quedaba una esperanza, el tercer dragón: Holok, el apisonador. No obstante, le pertenecía al hermano del rey, Facio, duque de Bron, y era difícil pedirle algo a ese tipo oscuro, amargado y cínico. Finalmente, aunque no había nada que rehúsara más, el rey se decidió visitarlo para pedirle su colaboración. 

--Prefiero convertirme en rata de catacumba y que un perro de feria me coma vivo, antes que prestarle el dragón a tu ejército corrupto. 

Dijo Facio con tranquilidad, sentado en su sillón, tras lo cual se levantó y se encerró en otra estancia de su palacio.

Más tarde, un niño de las montañas Yet corrió aterrado a avisar a su familia que había percibido una enorme sombra de reptil sobre las coníferas, y éstos enviaron el mensaje hasta Thesia, pero Edo no quiso salir de la torre para vigilar la zona aunque le pusieron la cadena al cuello y lo intentaron arrastrar. 

El rey se enfureció, no porque parte de su regimiento terminó herniado tras ésta última acción desesperada, sino al darse cuenta de que no se había respetado su autoridad dos veces en el mismo día. Como consecuencia de ello, en lugar de limitarle los lujos a su mascota mimada, ponerlo a ejercitarse para bajar aquella panzota de kilómetros y obligarlo a proteger a todo ser viviente en los alrededores, decidió orillar a su hermano a no tener otra opción más que, no sólo prestar, sino entregar a Holok al gobierno…

CONTINUARÁ...
 

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