miércoles, 9 de julio de 2014

EL NOVEL NOVELISTA


Son las dos o tres de la mañana. Estás pasmado sobre la cama, con los ojos fijos en una sombra sobre el techo, y tu mente genera un absurdo tras otro, hasta que, súbitamente, de entre toda la paja, ¡BAM!: se te ocurre una idea magnífica que nadie ha tratado en ninguna historia jamás y que sólo tú podrás contar con lujo de estilo y profundidad. Llegó el momento que el universo esperaba, el de escribir tu primera novela, el de el glorioso génesis de El papagayo narcisista.


Lo siguiente es enfrentarse a la pantalla o el papel en blanco, eso que claman los escritores que es tan terrible, pero tú no entiendes por qué -te dices- qué llorones -piensas-. En esa superficie, que te parece tan insulsa para depositar tu genialidad, pero que será el medio para que la humanidad la goce por todos los siglos, comienzas a escribir lo que elucubraste, y las palabras fluyen inacabablemente… 




...hasta que terminas y lo relees, y resulta que la historia no tiene gracia, ni expresa lo que querías, olvidaste que párrafos atrás el papagayo había dicho que era huérfano y ahora pusiste que tiene madre, pero para corregir no sabes cuál opción es mejor, escribiste dos páginas de la biografía del elefante fóbico, cuando es un personaje secundario, tu sintaxis es deplorable,  tienes que recurrir al diccionario porque no estás seguro de que así se escriba tal o cual palabra, y no tienes la menor idea de si los animales que elegiste comparten hábitat, ni las características de dicho ecosistema, si es el caso.

"Muy sencillo, ¡voy a investigar!", exclamas con resolución, sin más audiencia que tu cara en el espejo o tus papás. Buscas la información en internet, y fijas un día para ir a la biblioteca. ¿Sencillo, eh? Te das cuenta de que para hacer un sólo párrafo bien informado tienes que leer un libro de ochocientas páginas y que dar con un tema en la red te lleva a otro, y a otro, y a otro, como un bucle infinito, y al final no encontraste exactamente lo que querías, pero sí un montón de información, sin una sola pista de cómo aplicarla.

Aquella verborrea del inicio te sale ahora a cuenta gotas, porque además te detienes cada dos segundos a buscar sinónimos, dado que, una vez más, repetiste la misma palabra dos o tres veces en la misma oración.


Pero, hey,  no te angusties, es hora de relajarte un poco, e ir a comer con tus amigos. En efecto, pides tu platillo favorito (la versión económica) y sueltas las carnes a gusto, hasta que ocurre el siguiente intercambio:

¿A qué te dedicas últimamente?

Estoy escribiendo una novela 

Y, ¿de qué se trata?










O bien: 

Sí, pero ¿en qué trabajas?











 

Te das cuenta de que no puedes continuar así, de que necesitas terminar esa obra maestra que está tan clara en tu interior, pero que no logras estructurar, y también de que tus conocidos tienen razón en cierta medida, y debes buscar fuentes de ingreso. Basta de improvisar, sin saber cómo unir los fragmentos que ya has trabajado. Necesitas tomar las cosas más en serio y estudiar técnica y teoría. Desempolvas los libros de ortografía, sintaxis, diccionarios, compras libros online, buscas blogs, cursos, un empleo de medio tiempo, vendes cosas y tratas de descubrir cómo publicar en el feroz mundo editorial. Tal vez incluso decidas cursar una carrera de literatura. Lo que obtienes es una nueva base de información infinita, cuatro pesos y un colapso nervioso.



Pero tu amor por la literatura va más allá de los obstáculos y el escepticismo social, así que persistes. Persistes demasiado. A un grado en que ya no puedes pensar en otra cosa que no sean tus personajes y su historia, y cuando alguien te habla, contestas otra cosa o tienes la mirada perdida, aún cuando en verdad te interesa escuchar y te vuelves más torpe y despistado que Mr. Bean. Los personajes te siguen al baño, al supermercado, no puedes ver una serie o película sin pensar en qué puedes aprender del guionista, o leer un libro por gusto sin hacer apuntes compulsivamente, y no importa cuánto pretendas concentrarte en otra cosa, el papagayo narcisista y sus archi-némesis se elevarán como espectros shakespeareanos para acosarte.


Lo siguiente que ocurre es que, sin darte cuenta, pierdes la mayoría, si no es que todo, el poco contacto social que tenías, y entras en un vórtice mental que te arrastra hacia la zona de terror: el bloqueo. Aprendes que, además de la hoja en blanco que, sí, ya descubriste en carne propia por qué es terrorífica, hay muchos otros motivos por los cuales un escritor se queda varado. 

Descubres que, contrario a lo que pensabas, tu idea no era tan original, lo que te parecía tan fantástico, muchos potenciales lectores lo consideran cliché, y hay millares de excelentes autores, y gente de mucha sabiduría y erudición, ante los cuales te sientes como un ignorante pretencioso. Te llenas de estrés e inseguridad, sientes que cualquier cosa que se te ocurre es basura, frente a todos esos genios que escribieron algo mucho mejor, y a todas esas personas que te van a juzgar en concursos, al leer tu trabajo o a la hora de editar tu material.


O qué tal por simple saturacion. Después de tanta fijación, obsesión y trabajo, ya no puedes abrir siquiera el archivo sin que te recorra un escalofrío de ansiedad, y todos tus apuntes, capítulos y escenas están hechos un embrollo, al igual que tu cerebro, tu cabello, tu escritorio y tus ilusiones.



Pero no te debes rendir jamás, y haces acopio de voluntad, de alguna dosis escondida de seguridad en tí mismo, y otra muy abundante de café. Al fin, tras meses o años de arrostrar el mayor reto del ser humano: enfrentarse a sí mismo intensivamente, tienes frente a ti el primer borrador. 



Tus lectores de prueba encuentran que hay diversos errores, a uno no le gustó nada, el otro entendió exactamente lo contrario a lo que querías expresar y te señalan sin pestañear varios agujeros e inconsistencias en la trama. Tendrás que hacer otro borrador, tal vez muchos más, pero no importa, porque al final, ese esfuerzo que es tan importante para tu vida ha florecido: tienes en tus manos la versión definitiva de El papagayo narcisista.


¡Bien por ti, amigo! Ahora empieza el trabajo de enviarla a las editoriales, a ver quien quiere publicártela. Toma en cuenta que no sólo la calidad cuenta, y los criterios de los editores son tan diversos como insondables. Te deseo suerte...




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