sábado, 6 de septiembre de 2014

BAJO SU PIEL 3


 Capítulo 3: De visita en aposentos de la alta sociedad.

De acuerdo, tal vez exageramos un poco al decir que no habíamos tocado nada, y sí, admito que en realidad no llamamos a las autoridades en el momento pertinente en absoluto, pero eso no nos resta ni un ápice de honestidad, damas y caballeros. Creo que a cualquiera lo hubiese vencido la curiosidad con un descubrimiento así. Formamos una comitiva entre nosotros, y el hijo de los Ayala y su esposa, y nos decidimos a revisar el resto de los pasajes secretos el siguiente fin de semana. No olvidamos pensar en llevar comida, medicamentos, linternas, teléfonos y algunas herramientas, y los Ayala ofrecieron un par de tanques de oxígeno, por si acaso. Lo primero que hice con mi hermano fue investigar de dónde provenía la ventilación del túnel. En este pueblo hay muchos baldíos y calles destrozadas y caóticas, y allí fue donde descubrimos los pequeños escapes de metal, algunos ingeniosamente camuflados como alcantarillas, pero la mayoría eran tubos nada discretos que surgían del suelo sin razón aparente, y que, no obstante, a nadie le llamaron la atención jamás. Muchos otros seguramente quedaron obstruídos por la pavimentación, y por eso hay tramos casi sin aire que respirar. Nos dividimos en dos. Los que transitarían  por el túnel que iniciaba en la papelería Ayala, y los que exploraríamos el de nuestra casa. A mí me tocó bajar en el segundo equipo, junto con Domingo, Erminia, y mi esposo.

Un día antes, los Ayala también hicieron una investigación previa, para saber si había alguna pista en el registro histórico del pueblo. Lo que encontraron, y los que pusimos atención en la escuela ya sabíamos, fue que hace más de un siglo, poco antes de la Revolución, había dos pueblos pequeños aquí, que en la actualidad están fusionados en uno, y antagonizaban porque se habían acusado mutuamente de robo, pero sus rencillas se volvieron triviales cuando estalló la Revolución. En ese momento, la información no nos dijo gran cosa sobre el túnel, excepto lo que cualquiera conoce, y que ya sospechábamos: que en los grandes conflictos de este país, un método recurrente para conspirar es construir pasadizos. También se toparon en Internet con el nombre de Joaquín Blancarte, un hombre extremadamente rico que había erigido su mansión en mitad del bosque para no mezclarse con el vulgo, y que vivía con su sobrina tras la muerte de sus padres, pero eso si de plano no lo relacionamos. Fue hasta más tarde que lograríamos unir las piezas de información.

En la expedición, Erminia se quedó en nuestro grupo, y papá en el de los Ayala, porque ellos serían algo así como nuestros guías, al menos en la primera mitad del trayecto. Con suerte nos encontraríamos en la intersección. Calculamos el tiempo para intentar que así fuera, pero no se logró. Con nuestros propios ojos vimos aquellas escenas detenidas en el tiempo, desintegrándose poco a poco, los objetos personales, los pianos, las esculturas y los esqueletos, y en silencio desde luego que reflexionamos sobre el destino de nuestra propia vida, que se quedaría sepultada en la eternidad del olvido de la misma manera. Nuestro corredor era inmensamente largo, y en él continuamos explorando multitud de habitaciones después de llegar a la encrucijada, algunas hasta tenían vestigios de cocinas antiguas. Era algo así como una ciudad subterránea, o por lo menos un condominio. La teoría más factible es que se trata de un refugio. Mientras tanto, papá y los Ayala tenían ante sí una caminata más breve, y más agradable, ya que encontraron al final un gran salón en ruinas, que había sido de una elegancia exquisita, y hoy es un sitio excepcional, que alberga un río subterráneo que se abrió paso entre el suelo cuarteado, y varios árboles y más vegetación que crece de milagro entre los pilares de mármol hasta el techo abovedado, donde buscan la luz frugal que entra por los escapes, que allí, a diferencia de los demás, tienen un hermoso trabajo de herrería. Después supieron, pues la salida estaba sólo unos metros más adelante, que la bóveda sobresale en mitad del campo, pero estaba oculta entre la hierba y alejada de la carretera y los poblados. Parece ser que ahora el Ayuntamiento quiere hacer de este lugar un punto turístico. Como sea, al grupo de mi padre le pareció un lugar místico, y se quedaron allí a cantar y meditar, o algo así les entendí, hasta que recibieron nuestra llamada para que se reunieran con nosotros. También habíamos encontrado algo al subir la escalinata final: la mansión de los Blancarte, en pie -bueno, algo ladeada-, en medio de los árboles salvajes, custodiando sus secretos desde aquella época en que vivió Emiliano Zapata.
Image courtesy of Victor Habbick at FreeDigitalPhotos.net
CONTINUARÁ...


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